Thursday, July 07, 2011

El culto a Chávez como medicina y coartada

La adoración a Chávez como política de Estado está dando sus frutos

Jean-François Revel acertó cuando aseguró que “la primera fuerza que dirige el mundo es la mentira”; esa que cuando actúa la define muy bien el diccionario como: “decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar” y que la propaganda socialista se esforzó en perfeccionar con artística maestría. El poder revolucionario de la mentira ha sido uno de los motores de los cambios sufridos por la sociedad venezolana en esta década que ya parece un siglo. La elevación de los mitos populares al rango de políticas públicas ha dejado una sociedad extenuada de tanto fracaso, clamando al cielo por encontrar soluciones a unos problemas que se agravaron, vale la pena recordarlo siempre, por el capricho de la voluntad popular mayoritaria.

Demoler la democracia a través del voto no es un pecado inédito en la historia moderna, lo realmente peculiar de este proceso de destrucción nacional llamado revolución bolivariana ha sido la preeminencia de lo absurdo, de lo irracional, de lo virtual sobre lo real, en fin, el desprecio absoluto por la verdad. Una mentira esperanzadora no dejará nunca de ser mentira aunque los socialistas le llamen utopía.

Para un tercio como mínimo de la población no importan las evidencias del descalabro gubernamental si todo lo hicieron preñados de buenas intenciones, por eso después de 12 años aún mantienen su lealtad al caudillo. El chavismo ha logrado combinar sorprendentemente victorias electorales con fracasos de gestión clamorosos, haciendo del mantenimiento del poder su único y verdadero triunfo.

La recientemente anunciada enfermedad presidencial seguramente será convertida en esa historia épica indispensable para convertir la batalla de un solo hombre por su vida en una ca
usa colectiva, eso sí, acompañado por el aliento entusiasta de un pueblo que lo ama, o lo que es lo mismo: el culto a la personalidad como medicina. Por tanto, las tragedias cotidianas de una población desamparada ante el auge delictivo, el mal estado de los servicios públicos, la inflación y un largo etc., pasan a un segundo plano porque la salud Hugo Chávez debe ser la prioridad del Estado y de una opinión pública condicionada por el gran poder de fuego de un sistema de medios “públicos” al servicio de la exaltación del caudillo.


Momentos de la aparición en la que llegó a gritar eufórico: "viva Chávez"

Si ya la revolución ha sacado todo el provecho posible de la “herencia de la cuarta república” como excusa predilecta ante los problemas no resueltos, ahora la mala salud del líder llegó en buen momento para disculpar el hecho, por ejemplo, de que la misión vivienda Venezuela no pueda lograr el objetivo de 2 millones de casa en 6 años. No es la lógica matemática o económica sino la salud de Chávez la que hace imposible tamaño exabrupto. Toda crítica al enfermito y su gabinete será motivo de censura moral porque la solidaridad humana debe privar por sobre las apetencias de poder cuando es la vida del presidente la que está en juego, discurso que obvia el detalle de que la desatención de las emergencias  sociales pone en riesgo la vida de cientos de miles de compatriotas, como bien demuestra el sitio medieval a la cárcel del Rodeo, la criminalidad impune y la pésima calidad de los hospitales.

Las enfermedades individuales se pueden curar o no, en cambio las enfermedades sociales permanecen latentes haciendo daño a mucha gente hasta tanto no sean abordadas con efectiva voluntad. Las primeras pueden acabar o no con una vida, mientras las segundas condenan a la sociedad a una eterna agonía. 

Monday, July 04, 2011

El chavismo como “reality show”


He llegado a la conclusión de que estos 12 años de chavismo lo que realmente han sido es un “reality show” con casi 30 millones de espectadores cautivos. Nuestro “caudillo catódico” ha hecho las veces de protagonista solitario de una historia que narra el ascenso de un niño pobre que soñó ser pelotero (beisbolista profesional) y que la frívola torpeza de su sociedad puso en la más alta investidura republicana; para, entre otras cuestiones, administrar la etapa de más prolongada bonanza de precios del petróleo desde tiempos previos a la estatización de la industria.

Este lenguaraz personaje sintetiza las características del venezolano medio: es religioso cuando le conviene, tiene una sentida devoción por Bolívar, siempre ha creído que el problema en Venezuela es porque no le han dado a cada quien “su barrilito para vivir”, está convencido de que los militares están destinados a tomar las riendas del país, además de ser buen amigo de sus amigos y un genuino hombre de izquierdas preocupado por el destino de los pobres. Todas estas peculiaridades se unen a un voluntarismo a prueba de realidad, desprecio por las formalidades (en especial por las leyes) y un notable carisma personal.

Si los venezolanos hubiésemos hecho un casting no nos habría salido mejor para escoger a un personaje con tirón televisivo para una mini serie, una telenovela o un programa humorístico. Pero los azares del destino hicieron que este militar fuera investido de autoridad para comandar tropas y junto a sus compañeros de delirios se embarcó en una sangrienta aventura contra la institucionalidad de una democracia enferma. Su ascenso al poder es ya una historia mil veces contada.

Lo cierto es que los venezolanos pasamos de tener un presidente anciano y enfermo (Rafael Caldera) a un “showman” mesiánico que cambió de arriba a abajo la república para ponerla a sus pies, usando con notable efectividad  interminables peroratas televisadas que secuestran desde hace más de una década la atención de todos sin pedir permiso, puesto que su voz debe ser el sonido de fondo de la vida de sus compatriotas, de eso se trata la “hegemonía comunicacional “y el culto a la personalidad que define al sistema de medios de la revolución bolivariana.

Cuando los venezolanos logremos recuperar la condición de ciudadanos y dejemos de ser meros espectadores o televidentes de nuestro drama, la situación dejará de ser esta ópera bufa con tintes tragicómicos que es hoy.