Monday, March 17, 2014

Venezuela: el socialismo como vicio


La pobreza en Venezuela ha sido el más macabro negocio de los socialistas


El marxismo es la sistematización de un pensamiento tan antiguo como la humanidad, ese que lleva al extremo las pulsiones igualitarias y colectivistas para la organización de la vida en sociedad. Su racionalización y proyección moderna se la debemos a ese pensador alemán que le presta su apellido – de nombre Karl-, quien fundó un movimiento que ayudó a popularizarlo entre las élites intelectuales y políticas del siglo XX; esas que sirvieron de sustento para la implantación del más largo y criminal experimento totalitario que ha padecido el mundo moderno: el comunismo o socialismo real. Tal ha sido su potente influencia, que a pesar de haberse demostrado en la realidad su inviabilidad económica, sus errores teóricos y su estafa moral, con el derrumbe del Muro de Berlín hace ya 25 años, existen un buen número de mutaciones políticas que le sobreviven, entre ellas la revolución bolivariana que fue liderada por un militar golpista de cuyo nombre no quiero acordarme y que ha marcado para peor el presente y el futuro de Venezuela.

El caudillismo militarista y luego la aparición de la renta petrolera, fueron los factores determinantes para la construcción del Estado moderno venezolano en el siglo pasado; uno que condicionado por la preexistencia de una cultura política marcada por el autoritarismo mesiánico, una población rural diezmada, enferma, analfabeta y un territorio invertebrado, inició la organización de la sociedad apoyado en la receta positivista tan popular en las primeras décadas del siglo XX. Ese PetroEstado que se fue conformando paulatinamente en lugar de ser la representación jurídica de la nación, fue modelando a la nación como representación social del Estado. Es decir, la sociedad civil tal y como la conocemos actualmente fue organizada por el Estado y no al revés. En síntesis y a grandes rasgos, estas son las raíces políticas, económicas y sociales del estatismo en Venezuela.

Con un sedimento estatista históricamente tan marcado, no es de extrañar que el socialismo, tanto el democrático (socialdemocracia, socialcristianismo) como el revolucionario encontraran tierra fértil para prosperar. Las ideas políticas o discurso de poder en Venezuela siempre han privilegiado al Estado por sobre la sociedad (paternalismo), o bien desde la perspectiva positivista o, especialmente en la segunda mitad del siglo XX, desde el prisma marxista que influenció, entre muchos otros, a esa generación de jóvenes estudiantes que irrumpieron en 1928 pidiendo el fin de la tiranía gomecista. Los aires modernizadores y las reformas democráticas de la vida política en Venezuela provinieron de líderes como Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Andrés Eloy Blanco, Raúl Leoni, etc. Todos gente de izquierda partidarios del consenso socialdemócrata que se impuso en el mundo Occidental a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial.

La “derecha” en la Venezuela democrática, si acaso, la representaba un Rafael Caldera y su partido Copei, (socialcristianos, o lo que es lo mismo, el ala izquierda de la democracia cristiana internacional) tan partidarios del asistencialismo y el intervencionismo estatal en la economía como sus adversarios de Acción Democrática, de quienes sólo se diferenciaban por su militante fe católica. Por tanto, en Venezuela nunca ha existido una derecha liberal o conservadora crítica con el estatismo, defensora apasionada de la propiedad privada y la iniciativa individual como fuente de progreso con opciones reales de poder, porque aquí la clase política y económica han bailado siempre al ritmo del PetroEstado que es el que paga la orquesta y pone la música y la letra.

La izquierda revolucionaria, por su parte, quedó relegada en tiempos de consenso socialdemócrata (AD-Copei) a las universidades autónomas, el “mundo de la cultura” y los medios de comunicación, desde donde prepararon el camino hacia el poder consolidando una hegemonía ideológica que transformó el término “izquierda” en fuente de todas las bondades y “derecha” en la suma de todas las perversidades. Asimismo, dicha izquierda se embarcó, como es propio de su naturaleza violenta, en una lucha armada en los 60 de la mano de la dictadura cubana y fracasó; fue perdonada e integrada en aquella joven democracia pese a sus actos de deliberada traición. Rumiando su derrota se quedaron a la espera de que otro atajo violento les abriera el camino hacia el poder; éste llegó el 1992 de la mano de una camarilla de militares que intentaron derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez y fallaron. Una derrota militar que se transformaría en poco tiempo en victoria política.

En términos estrictamente ideológicos esta larga noche autocrática y liberticida es el resultado del agotamiento del consenso socialdemócrata en Venezuela, cuyas rémoras clientelares, estatistas, corruptas e ineficientes se han visto ampliamente agravadas por la revolución bolivariana. Entonces, ante el fracaso de la izquierda democrática, las élites políticas e intelectuales llevaron al electorado a dar la oportunidad a la izquierda revolucionaria (del veneno dos frascos), cerrando las puertas e estigmatizando las urgentes reformas liberales que necesita este país para superar su actual condición de deterioro y postración producto de un nuevo colapso económico del PetroEstado.

Por todo esto, cuando veo los gestos de solidaridad automática de la izquierda global con los responsables de la destrucción de Venezuela todos estos años, pese a las evidencias de terrorismo de Estado, asesinato, tortura, censura y detenciones arbitrarias como respuesta a las protestas de estas últimas semanas, no me conformó con acusarlos de recibir dinero, condición que se limita a ciertos personajes y organizaciones, pues la gran mayoría simplemente lo hace porque además de compartir fobias y filias con nuestros opresores sufren de su misma deshonestidad intelectual y ceguera ideológica que los lleva a intentar remendar el disfraz de democracia del régimen chavista y a renovar ese maquillaje progresista con el que se le ha permitido conculcar impunemente derechos y libertades a los venezolanos.

Nicolás Maduro también heredó del fallecido autócrata la amistad de Oliver Stone


No obstante las oscuras perspectivas de esta Venezuela humillada y destruida por el socialismo, todavía la izquierda y la socialdemocracia (progresismo) cautivan a la mayoría de la dirigencia y la base opositora. De hecho, el líder y preso político, Leopoldo López, y el excandidato presidencial, Henrique Capriles, declaran su entusiasta adhesión a unos paradigmas de desarrollo que no sólo fracasaron aquí, allanando el camino al chavismo, sino que entraron en crisis recientemente en la Europa del sacrosanto y cada vez más oneroso Estado de Bienestar, seguramente convencidos de que un discurso liberal o crítico con el Estado grande y asistencialista no tiene ninguna posibilidad de acceder al poder con una cultura política tan marcadamente estatista, dependiente de un modelo económico rentista. Sólo la diputada María Corina Machado se ha atrevido a defender ideas contrarias al hegemónico socialismo, con discretos resultados electorales en aquellas primarias de 2012 para escoger el candidato presidencial opositor que enfrentaría a un autócrata moribundo.

Venezuela dilapidó miles de millones en dólares en el estéril culto al caudillo


El socialismo en Venezuela no ha dejado de fracasar desde hace décadas pero eso no ha mermado radicalmente su popularidad en la clase política y en grandes sectores de la población, porque siempre hay una excusa para exonerarlo de culpa y aplicarlo de nuevo. Cual sapo saltando una pared, los venezolanos no perdemos la fe en tener un Estado grande y funcional, tan cargado de deberes como la sociedad exenta de responsabilidades. No pretendamos que nuestras menguadas libertades sobrevivan intactas a una sucesión de errores tan clamorosos. El subdesarrollo no es la causa de nuestros males, es la consecuencia de la tozuda aplicación de las recetas de un socialismo que más que una ideología se nos convirtió en vicio.

@LuisDeSanMartin

Friday, March 07, 2014

Emigrantes: con el corazón en la otra orilla


En estos 15 años me ha tocado vivir la situación de Venezuela desde afuera y desde adentro. Pasé 8 años contemplando desde Europa (99-2007) las penurias de un país que cayó abatido por sus propios mitos y que puso en manos de un golpista y su camarilla de dogmáticos su futuro. Eran tiempos en los que hacía mí doctorado en Barcelona e intentaba llamar la atención de compañeros de estudios y profesores sobre los espejismos perversos que escondía esa pomposa farsa llamada Revolución Bolivariana.

Como periodista e investigador enfoqué la crisis venezolana desde la perspectiva académica abordando al papel de los medios de comunicación en aquellos primeros años, intentaba desmontar la campaña propagandística que el régimen vendía con éxito en el mundo de ser objeto de una conspiración malvada de la “derecha” venezolana ante el auge de un gobierno “progresista”. Al respecto, logré probar que los medios y periodistas venezolanos fueron tan beligerantes y combativos con el régimen chavista como lo habría sido cualquier medio o periodista independiente de un país con tradición democrática ante el avance de una, para entonces, incipiente autocracia socialista intolerante a la crítica. Me costó, pese a las rotundas evidencias, por aquello de que todo el que se proclame de izquierda y “antiimperialista” tiene manga ancha para abusar, especialmente en ambientes académicos dominados por distintas variantes de la izquierda como en las universidades autónomas españolas. El cierre de RCTV al poco tiempo de mi regreso al país probó aquellas hipótesis de trabajo.

Sé perfectamente que es vivir con el corazón del otro lado del océano y comprendo lo que los venezolanos emigrantes deben estar sintiendo ante la alarmante deriva totalitaria de la revolución chavista y su impacto en la calidad de vida de quienes aquí le sobrevivimos. Recuerdo la sobredosis de lexotanil y ron a la que tuve que recurrir para conciliar el sueño por los sucesos de abril de 2002. Eran tiempos en los que no existían las redes sociales y echábamos mano de locutorios y correos electrónicos para comunicarnos con nuestra gente. Con aquel internet leíamos periódicos en línea y escuchábamos programas de radio. Era usual caminar por las ramblas o el barrio gótico con la mirada clavada en el horizonte, como la estatua de Colón, pensando en el destino del país, que es lo mismo que pensar en el destino de los nuestros.

Reuniones con los panas, actos de protesta en la plaza San Jaume o en la de Cataluña, concentraciones ante el consulado, debates en medios locales, en fin, todo aquello que podíamos hacer lo hacíamos para sentirnos más cerca de ese corazón sangrante que habíamos dejado en la otra orilla del mar.  Formé parte de esa primera oleada de emigrantes que salió del país al iniciarse la revolución chavista pero que, un buen día, decidí regresar para poner el hombro en esta titánica tarea de rescatar las muchas libertades y derechos conculcados.

Regresar no fue nada sencillo porque desde afuera el deterioro se ve más alarmante y acelerado, en cada visita encontraba más basura en las calles, más inseguridad, más “feura”, peores servicios públicos y un odio social que parece haber llegado para quedarse. Por supuesto, al poco tiempo ponías el modo criollo en ON y comenzaba a metabolizar una cada vez más tóxica realidad nacional.

Ahora que estoy involucrado en la lucha in situ, en este diario trajinar en busca de algo de sentido a tanto embrollo cotidiano, me imagino lo que están viviendo nuestros emigrantes ante estas jornadas de protesta ciudadana que han desenmascarado al régimen ante la opinión pública internacional como lo que siempre fue: un gorilato petrolero socialista casado con el lado oscuro de la historia.


Con el apogeo de las redes sociales y en tiempos de hegemonía comunicacional y censura en el país, nuestros compatriotas han asumido un rol vital para influir en la opinión pública de sus países de acogida, porque tienen acceso privilegiado a información casi de primera mano sobre lo que ocurre en nuestras calles en estos días. De hecho, no pocos son los que han pedido excusas a sus amigos de otras nacionalidades que ven como varias veces al día los venezolanos actualizan información sobre la represión salvaje llevada a cabo por cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en connivencia y coordinación descarada con bandas de paramilitares motorizados con licencia para intimidar, agredir y matar opositores a lo largo y ancho del territorio nacional.

Nuestros emigrantes han hecho las veces de piedras para la honda de David contra Goliat, dañando seriamente el disfraz de democracia con el que alguna vez se vistió el régimen chavista en el exterior y llamando la atención sobre los evidentes atropellos a los Derechos Humanos que estamos padeciendo ante el colapso del modelo económico de la Revolución Bolivariana.

Hermanos y hermanas, ustedes forman parte de este ejército de hormigas que atacan a ese elefante insolente que por gordo y pesado es muy difícil derrotar. La lucha ha sido muy larga y tortuosa y puede que no se acabe nunca, pero en estos momentos en los que la Venezuela democrática sufre una dolorosa soledad en el concierto de las naciones, ustedes nos hacen sentir menos solos y eso es más de lo que creen que es, porque representa un sentimiento de solidaridad militante, intenso y verdadero, uno diáfano y amoroso como la sociedad que deseamos llegar a ser más temprano que tarde.


@LuisDeSanMartin