Friday, March 07, 2014

Emigrantes: con el corazón en la otra orilla


En estos 15 años me ha tocado vivir la situación de Venezuela desde afuera y desde adentro. Pasé 8 años contemplando desde Europa (99-2007) las penurias de un país que cayó abatido por sus propios mitos y que puso en manos de un golpista y su camarilla de dogmáticos su futuro. Eran tiempos en los que hacía mí doctorado en Barcelona e intentaba llamar la atención de compañeros de estudios y profesores sobre los espejismos perversos que escondía esa pomposa farsa llamada Revolución Bolivariana.

Como periodista e investigador enfoqué la crisis venezolana desde la perspectiva académica abordando al papel de los medios de comunicación en aquellos primeros años, intentaba desmontar la campaña propagandística que el régimen vendía con éxito en el mundo de ser objeto de una conspiración malvada de la “derecha” venezolana ante el auge de un gobierno “progresista”. Al respecto, logré probar que los medios y periodistas venezolanos fueron tan beligerantes y combativos con el régimen chavista como lo habría sido cualquier medio o periodista independiente de un país con tradición democrática ante el avance de una, para entonces, incipiente autocracia socialista intolerante a la crítica. Me costó, pese a las rotundas evidencias, por aquello de que todo el que se proclame de izquierda y “antiimperialista” tiene manga ancha para abusar, especialmente en ambientes académicos dominados por distintas variantes de la izquierda como en las universidades autónomas españolas. El cierre de RCTV al poco tiempo de mi regreso al país probó aquellas hipótesis de trabajo.

Sé perfectamente que es vivir con el corazón del otro lado del océano y comprendo lo que los venezolanos emigrantes deben estar sintiendo ante la alarmante deriva totalitaria de la revolución chavista y su impacto en la calidad de vida de quienes aquí le sobrevivimos. Recuerdo la sobredosis de lexotanil y ron a la que tuve que recurrir para conciliar el sueño por los sucesos de abril de 2002. Eran tiempos en los que no existían las redes sociales y echábamos mano de locutorios y correos electrónicos para comunicarnos con nuestra gente. Con aquel internet leíamos periódicos en línea y escuchábamos programas de radio. Era usual caminar por las ramblas o el barrio gótico con la mirada clavada en el horizonte, como la estatua de Colón, pensando en el destino del país, que es lo mismo que pensar en el destino de los nuestros.

Reuniones con los panas, actos de protesta en la plaza San Jaume o en la de Cataluña, concentraciones ante el consulado, debates en medios locales, en fin, todo aquello que podíamos hacer lo hacíamos para sentirnos más cerca de ese corazón sangrante que habíamos dejado en la otra orilla del mar.  Formé parte de esa primera oleada de emigrantes que salió del país al iniciarse la revolución chavista pero que, un buen día, decidí regresar para poner el hombro en esta titánica tarea de rescatar las muchas libertades y derechos conculcados.

Regresar no fue nada sencillo porque desde afuera el deterioro se ve más alarmante y acelerado, en cada visita encontraba más basura en las calles, más inseguridad, más “feura”, peores servicios públicos y un odio social que parece haber llegado para quedarse. Por supuesto, al poco tiempo ponías el modo criollo en ON y comenzaba a metabolizar una cada vez más tóxica realidad nacional.

Ahora que estoy involucrado en la lucha in situ, en este diario trajinar en busca de algo de sentido a tanto embrollo cotidiano, me imagino lo que están viviendo nuestros emigrantes ante estas jornadas de protesta ciudadana que han desenmascarado al régimen ante la opinión pública internacional como lo que siempre fue: un gorilato petrolero socialista casado con el lado oscuro de la historia.


Con el apogeo de las redes sociales y en tiempos de hegemonía comunicacional y censura en el país, nuestros compatriotas han asumido un rol vital para influir en la opinión pública de sus países de acogida, porque tienen acceso privilegiado a información casi de primera mano sobre lo que ocurre en nuestras calles en estos días. De hecho, no pocos son los que han pedido excusas a sus amigos de otras nacionalidades que ven como varias veces al día los venezolanos actualizan información sobre la represión salvaje llevada a cabo por cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en connivencia y coordinación descarada con bandas de paramilitares motorizados con licencia para intimidar, agredir y matar opositores a lo largo y ancho del territorio nacional.

Nuestros emigrantes han hecho las veces de piedras para la honda de David contra Goliat, dañando seriamente el disfraz de democracia con el que alguna vez se vistió el régimen chavista en el exterior y llamando la atención sobre los evidentes atropellos a los Derechos Humanos que estamos padeciendo ante el colapso del modelo económico de la Revolución Bolivariana.

Hermanos y hermanas, ustedes forman parte de este ejército de hormigas que atacan a ese elefante insolente que por gordo y pesado es muy difícil derrotar. La lucha ha sido muy larga y tortuosa y puede que no se acabe nunca, pero en estos momentos en los que la Venezuela democrática sufre una dolorosa soledad en el concierto de las naciones, ustedes nos hacen sentir menos solos y eso es más de lo que creen que es, porque representa un sentimiento de solidaridad militante, intenso y verdadero, uno diáfano y amoroso como la sociedad que deseamos llegar a ser más temprano que tarde.


@LuisDeSanMartin

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