La pobreza en Venezuela ha sido el más macabro negocio de los socialistas |
El marxismo es la sistematización
de un pensamiento tan antiguo como la humanidad, ese que lleva al extremo las
pulsiones igualitarias y colectivistas para la organización de la vida en
sociedad. Su racionalización y proyección moderna se la debemos a ese pensador
alemán que le presta su apellido – de nombre Karl-, quien fundó un movimiento
que ayudó a popularizarlo entre las élites intelectuales y políticas del siglo
XX; esas que sirvieron de sustento para la implantación del más largo y criminal
experimento totalitario que ha padecido el mundo moderno: el comunismo o
socialismo real. Tal ha sido su potente influencia, que a pesar de haberse
demostrado en la realidad su inviabilidad económica, sus errores teóricos y su
estafa moral, con el derrumbe del Muro de Berlín hace ya 25 años, existen un
buen número de mutaciones políticas que le sobreviven, entre ellas la
revolución bolivariana que fue liderada por un militar golpista de cuyo nombre
no quiero acordarme y que ha marcado para peor el presente y el futuro de
Venezuela.
El caudillismo militarista y luego
la aparición de la renta petrolera, fueron los factores determinantes para la
construcción del Estado moderno venezolano en el siglo pasado; uno que
condicionado por la preexistencia de una cultura política marcada por el
autoritarismo mesiánico, una población rural diezmada, enferma, analfabeta y un
territorio invertebrado, inició la organización de la sociedad apoyado en la
receta positivista tan popular en las primeras décadas del siglo XX. Ese PetroEstado
que se fue conformando paulatinamente en lugar de ser la representación
jurídica de la nación, fue modelando a la nación como representación social del
Estado. Es decir, la sociedad civil tal y como la conocemos actualmente fue
organizada por el Estado y no al revés. En síntesis y a grandes rasgos, estas
son las raíces políticas, económicas y sociales del estatismo en Venezuela.
Con un sedimento estatista
históricamente tan marcado, no es de extrañar que el socialismo, tanto el
democrático (socialdemocracia, socialcristianismo) como el revolucionario
encontraran tierra fértil para prosperar. Las ideas políticas o discurso de
poder en Venezuela siempre han privilegiado al Estado por sobre la sociedad
(paternalismo), o bien desde la perspectiva positivista o, especialmente en la
segunda mitad del siglo XX, desde el prisma marxista que influenció, entre muchos
otros, a esa generación de jóvenes estudiantes que irrumpieron en 1928 pidiendo
el fin de la tiranía gomecista. Los aires modernizadores y las reformas
democráticas de la vida política en Venezuela provinieron de líderes como
Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Andrés Eloy Blanco, Raúl Leoni, etc. Todos
gente de izquierda partidarios del consenso socialdemócrata que se impuso en el
mundo Occidental a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial.
La “derecha” en la Venezuela
democrática, si acaso, la representaba un Rafael Caldera y su partido Copei, (socialcristianos,
o lo que es lo mismo, el ala izquierda de la democracia cristiana internacional)
tan partidarios del asistencialismo y el intervencionismo estatal en la
economía como sus adversarios de Acción Democrática, de quienes sólo se
diferenciaban por su militante fe católica. Por tanto, en Venezuela nunca ha
existido una derecha liberal o conservadora crítica con el estatismo, defensora
apasionada de la propiedad privada y la iniciativa individual como fuente de
progreso con opciones reales de poder, porque aquí la clase política y
económica han bailado siempre al ritmo del PetroEstado que es el que paga la
orquesta y pone la música y la letra.
La izquierda revolucionaria, por
su parte, quedó relegada en tiempos de consenso socialdemócrata (AD-Copei) a
las universidades autónomas, el “mundo de la cultura” y los medios de
comunicación, desde donde prepararon el camino hacia el poder consolidando una
hegemonía ideológica que transformó el término “izquierda” en fuente de todas
las bondades y “derecha” en la suma de todas las perversidades. Asimismo, dicha
izquierda se embarcó, como es propio de su naturaleza violenta, en una lucha
armada en los 60 de la mano de la dictadura cubana y fracasó; fue perdonada e
integrada en aquella joven democracia pese a sus actos de deliberada traición.
Rumiando su derrota se quedaron a la espera de que otro atajo violento les
abriera el camino hacia el poder; éste llegó el 1992 de la mano de una
camarilla de militares que intentaron derrocar al presidente Carlos Andrés
Pérez y fallaron. Una derrota militar que se transformaría en poco tiempo en
victoria política.
En términos estrictamente
ideológicos esta larga noche autocrática y liberticida es el resultado del
agotamiento del consenso socialdemócrata en Venezuela, cuyas rémoras
clientelares, estatistas, corruptas e ineficientes se han visto ampliamente
agravadas por la revolución bolivariana. Entonces, ante el fracaso de la
izquierda democrática, las élites políticas e intelectuales llevaron al
electorado a dar la oportunidad a la izquierda revolucionaria (del veneno dos
frascos), cerrando las puertas e estigmatizando las urgentes reformas liberales
que necesita este país para superar su actual condición de deterioro y
postración producto de un nuevo colapso económico del PetroEstado.
Por todo esto, cuando veo los
gestos de solidaridad automática de la izquierda global con los responsables de
la destrucción de Venezuela todos estos años, pese a las evidencias de
terrorismo de Estado, asesinato, tortura, censura y detenciones arbitrarias como
respuesta a las protestas de estas últimas semanas, no me conformó con
acusarlos de recibir dinero, condición que se limita a ciertos personajes y
organizaciones, pues la gran mayoría simplemente lo hace porque además de
compartir fobias y filias con nuestros opresores sufren de su misma
deshonestidad intelectual y ceguera ideológica que los lleva a intentar
remendar el disfraz de democracia del régimen chavista y a renovar ese
maquillaje progresista con el que se le ha permitido conculcar impunemente
derechos y libertades a los venezolanos.
Nicolás Maduro también heredó del fallecido autócrata la amistad de Oliver Stone |
No obstante las oscuras
perspectivas de esta Venezuela humillada y destruida por el socialismo, todavía
la izquierda y la socialdemocracia (progresismo) cautivan a la mayoría de la
dirigencia y la base opositora. De hecho, el líder y preso político, Leopoldo
López, y el excandidato presidencial, Henrique Capriles, declaran su entusiasta
adhesión a unos paradigmas de desarrollo que no sólo fracasaron aquí, allanando
el camino al chavismo, sino que entraron en crisis recientemente en la Europa
del sacrosanto y cada vez más oneroso Estado de Bienestar, seguramente
convencidos de que un discurso liberal o crítico con el Estado grande y asistencialista
no tiene ninguna posibilidad de acceder al poder con una cultura política tan
marcadamente estatista, dependiente de un modelo económico rentista. Sólo la
diputada María Corina Machado se ha atrevido a defender ideas contrarias al
hegemónico socialismo, con discretos resultados electorales en aquellas
primarias de 2012 para escoger el candidato presidencial opositor que enfrentaría a un
autócrata moribundo.
Venezuela dilapidó miles de millones en dólares en el estéril culto al caudillo |
El socialismo en Venezuela no ha
dejado de fracasar desde hace décadas pero eso no ha mermado radicalmente su
popularidad en la clase política y en grandes sectores de la población, porque
siempre hay una excusa para exonerarlo de culpa y aplicarlo de nuevo. Cual sapo
saltando una pared, los venezolanos no perdemos la fe en tener un Estado grande
y funcional, tan cargado de deberes como la sociedad exenta de
responsabilidades. No pretendamos que nuestras menguadas libertades sobrevivan
intactas a una sucesión de errores tan clamorosos. El subdesarrollo no es la
causa de nuestros males, es la consecuencia de la tozuda aplicación de las
recetas de un socialismo que más que una ideología se nos convirtió en vicio.
@LuisDeSanMartin