Monday, March 17, 2014

Venezuela: el socialismo como vicio


La pobreza en Venezuela ha sido el más macabro negocio de los socialistas


El marxismo es la sistematización de un pensamiento tan antiguo como la humanidad, ese que lleva al extremo las pulsiones igualitarias y colectivistas para la organización de la vida en sociedad. Su racionalización y proyección moderna se la debemos a ese pensador alemán que le presta su apellido – de nombre Karl-, quien fundó un movimiento que ayudó a popularizarlo entre las élites intelectuales y políticas del siglo XX; esas que sirvieron de sustento para la implantación del más largo y criminal experimento totalitario que ha padecido el mundo moderno: el comunismo o socialismo real. Tal ha sido su potente influencia, que a pesar de haberse demostrado en la realidad su inviabilidad económica, sus errores teóricos y su estafa moral, con el derrumbe del Muro de Berlín hace ya 25 años, existen un buen número de mutaciones políticas que le sobreviven, entre ellas la revolución bolivariana que fue liderada por un militar golpista de cuyo nombre no quiero acordarme y que ha marcado para peor el presente y el futuro de Venezuela.

El caudillismo militarista y luego la aparición de la renta petrolera, fueron los factores determinantes para la construcción del Estado moderno venezolano en el siglo pasado; uno que condicionado por la preexistencia de una cultura política marcada por el autoritarismo mesiánico, una población rural diezmada, enferma, analfabeta y un territorio invertebrado, inició la organización de la sociedad apoyado en la receta positivista tan popular en las primeras décadas del siglo XX. Ese PetroEstado que se fue conformando paulatinamente en lugar de ser la representación jurídica de la nación, fue modelando a la nación como representación social del Estado. Es decir, la sociedad civil tal y como la conocemos actualmente fue organizada por el Estado y no al revés. En síntesis y a grandes rasgos, estas son las raíces políticas, económicas y sociales del estatismo en Venezuela.

Con un sedimento estatista históricamente tan marcado, no es de extrañar que el socialismo, tanto el democrático (socialdemocracia, socialcristianismo) como el revolucionario encontraran tierra fértil para prosperar. Las ideas políticas o discurso de poder en Venezuela siempre han privilegiado al Estado por sobre la sociedad (paternalismo), o bien desde la perspectiva positivista o, especialmente en la segunda mitad del siglo XX, desde el prisma marxista que influenció, entre muchos otros, a esa generación de jóvenes estudiantes que irrumpieron en 1928 pidiendo el fin de la tiranía gomecista. Los aires modernizadores y las reformas democráticas de la vida política en Venezuela provinieron de líderes como Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Andrés Eloy Blanco, Raúl Leoni, etc. Todos gente de izquierda partidarios del consenso socialdemócrata que se impuso en el mundo Occidental a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial.

La “derecha” en la Venezuela democrática, si acaso, la representaba un Rafael Caldera y su partido Copei, (socialcristianos, o lo que es lo mismo, el ala izquierda de la democracia cristiana internacional) tan partidarios del asistencialismo y el intervencionismo estatal en la economía como sus adversarios de Acción Democrática, de quienes sólo se diferenciaban por su militante fe católica. Por tanto, en Venezuela nunca ha existido una derecha liberal o conservadora crítica con el estatismo, defensora apasionada de la propiedad privada y la iniciativa individual como fuente de progreso con opciones reales de poder, porque aquí la clase política y económica han bailado siempre al ritmo del PetroEstado que es el que paga la orquesta y pone la música y la letra.

La izquierda revolucionaria, por su parte, quedó relegada en tiempos de consenso socialdemócrata (AD-Copei) a las universidades autónomas, el “mundo de la cultura” y los medios de comunicación, desde donde prepararon el camino hacia el poder consolidando una hegemonía ideológica que transformó el término “izquierda” en fuente de todas las bondades y “derecha” en la suma de todas las perversidades. Asimismo, dicha izquierda se embarcó, como es propio de su naturaleza violenta, en una lucha armada en los 60 de la mano de la dictadura cubana y fracasó; fue perdonada e integrada en aquella joven democracia pese a sus actos de deliberada traición. Rumiando su derrota se quedaron a la espera de que otro atajo violento les abriera el camino hacia el poder; éste llegó el 1992 de la mano de una camarilla de militares que intentaron derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez y fallaron. Una derrota militar que se transformaría en poco tiempo en victoria política.

En términos estrictamente ideológicos esta larga noche autocrática y liberticida es el resultado del agotamiento del consenso socialdemócrata en Venezuela, cuyas rémoras clientelares, estatistas, corruptas e ineficientes se han visto ampliamente agravadas por la revolución bolivariana. Entonces, ante el fracaso de la izquierda democrática, las élites políticas e intelectuales llevaron al electorado a dar la oportunidad a la izquierda revolucionaria (del veneno dos frascos), cerrando las puertas e estigmatizando las urgentes reformas liberales que necesita este país para superar su actual condición de deterioro y postración producto de un nuevo colapso económico del PetroEstado.

Por todo esto, cuando veo los gestos de solidaridad automática de la izquierda global con los responsables de la destrucción de Venezuela todos estos años, pese a las evidencias de terrorismo de Estado, asesinato, tortura, censura y detenciones arbitrarias como respuesta a las protestas de estas últimas semanas, no me conformó con acusarlos de recibir dinero, condición que se limita a ciertos personajes y organizaciones, pues la gran mayoría simplemente lo hace porque además de compartir fobias y filias con nuestros opresores sufren de su misma deshonestidad intelectual y ceguera ideológica que los lleva a intentar remendar el disfraz de democracia del régimen chavista y a renovar ese maquillaje progresista con el que se le ha permitido conculcar impunemente derechos y libertades a los venezolanos.

Nicolás Maduro también heredó del fallecido autócrata la amistad de Oliver Stone


No obstante las oscuras perspectivas de esta Venezuela humillada y destruida por el socialismo, todavía la izquierda y la socialdemocracia (progresismo) cautivan a la mayoría de la dirigencia y la base opositora. De hecho, el líder y preso político, Leopoldo López, y el excandidato presidencial, Henrique Capriles, declaran su entusiasta adhesión a unos paradigmas de desarrollo que no sólo fracasaron aquí, allanando el camino al chavismo, sino que entraron en crisis recientemente en la Europa del sacrosanto y cada vez más oneroso Estado de Bienestar, seguramente convencidos de que un discurso liberal o crítico con el Estado grande y asistencialista no tiene ninguna posibilidad de acceder al poder con una cultura política tan marcadamente estatista, dependiente de un modelo económico rentista. Sólo la diputada María Corina Machado se ha atrevido a defender ideas contrarias al hegemónico socialismo, con discretos resultados electorales en aquellas primarias de 2012 para escoger el candidato presidencial opositor que enfrentaría a un autócrata moribundo.

Venezuela dilapidó miles de millones en dólares en el estéril culto al caudillo


El socialismo en Venezuela no ha dejado de fracasar desde hace décadas pero eso no ha mermado radicalmente su popularidad en la clase política y en grandes sectores de la población, porque siempre hay una excusa para exonerarlo de culpa y aplicarlo de nuevo. Cual sapo saltando una pared, los venezolanos no perdemos la fe en tener un Estado grande y funcional, tan cargado de deberes como la sociedad exenta de responsabilidades. No pretendamos que nuestras menguadas libertades sobrevivan intactas a una sucesión de errores tan clamorosos. El subdesarrollo no es la causa de nuestros males, es la consecuencia de la tozuda aplicación de las recetas de un socialismo que más que una ideología se nos convirtió en vicio.

@LuisDeSanMartin

Friday, March 07, 2014

Emigrantes: con el corazón en la otra orilla


En estos 15 años me ha tocado vivir la situación de Venezuela desde afuera y desde adentro. Pasé 8 años contemplando desde Europa (99-2007) las penurias de un país que cayó abatido por sus propios mitos y que puso en manos de un golpista y su camarilla de dogmáticos su futuro. Eran tiempos en los que hacía mí doctorado en Barcelona e intentaba llamar la atención de compañeros de estudios y profesores sobre los espejismos perversos que escondía esa pomposa farsa llamada Revolución Bolivariana.

Como periodista e investigador enfoqué la crisis venezolana desde la perspectiva académica abordando al papel de los medios de comunicación en aquellos primeros años, intentaba desmontar la campaña propagandística que el régimen vendía con éxito en el mundo de ser objeto de una conspiración malvada de la “derecha” venezolana ante el auge de un gobierno “progresista”. Al respecto, logré probar que los medios y periodistas venezolanos fueron tan beligerantes y combativos con el régimen chavista como lo habría sido cualquier medio o periodista independiente de un país con tradición democrática ante el avance de una, para entonces, incipiente autocracia socialista intolerante a la crítica. Me costó, pese a las rotundas evidencias, por aquello de que todo el que se proclame de izquierda y “antiimperialista” tiene manga ancha para abusar, especialmente en ambientes académicos dominados por distintas variantes de la izquierda como en las universidades autónomas españolas. El cierre de RCTV al poco tiempo de mi regreso al país probó aquellas hipótesis de trabajo.

Sé perfectamente que es vivir con el corazón del otro lado del océano y comprendo lo que los venezolanos emigrantes deben estar sintiendo ante la alarmante deriva totalitaria de la revolución chavista y su impacto en la calidad de vida de quienes aquí le sobrevivimos. Recuerdo la sobredosis de lexotanil y ron a la que tuve que recurrir para conciliar el sueño por los sucesos de abril de 2002. Eran tiempos en los que no existían las redes sociales y echábamos mano de locutorios y correos electrónicos para comunicarnos con nuestra gente. Con aquel internet leíamos periódicos en línea y escuchábamos programas de radio. Era usual caminar por las ramblas o el barrio gótico con la mirada clavada en el horizonte, como la estatua de Colón, pensando en el destino del país, que es lo mismo que pensar en el destino de los nuestros.

Reuniones con los panas, actos de protesta en la plaza San Jaume o en la de Cataluña, concentraciones ante el consulado, debates en medios locales, en fin, todo aquello que podíamos hacer lo hacíamos para sentirnos más cerca de ese corazón sangrante que habíamos dejado en la otra orilla del mar.  Formé parte de esa primera oleada de emigrantes que salió del país al iniciarse la revolución chavista pero que, un buen día, decidí regresar para poner el hombro en esta titánica tarea de rescatar las muchas libertades y derechos conculcados.

Regresar no fue nada sencillo porque desde afuera el deterioro se ve más alarmante y acelerado, en cada visita encontraba más basura en las calles, más inseguridad, más “feura”, peores servicios públicos y un odio social que parece haber llegado para quedarse. Por supuesto, al poco tiempo ponías el modo criollo en ON y comenzaba a metabolizar una cada vez más tóxica realidad nacional.

Ahora que estoy involucrado en la lucha in situ, en este diario trajinar en busca de algo de sentido a tanto embrollo cotidiano, me imagino lo que están viviendo nuestros emigrantes ante estas jornadas de protesta ciudadana que han desenmascarado al régimen ante la opinión pública internacional como lo que siempre fue: un gorilato petrolero socialista casado con el lado oscuro de la historia.


Con el apogeo de las redes sociales y en tiempos de hegemonía comunicacional y censura en el país, nuestros compatriotas han asumido un rol vital para influir en la opinión pública de sus países de acogida, porque tienen acceso privilegiado a información casi de primera mano sobre lo que ocurre en nuestras calles en estos días. De hecho, no pocos son los que han pedido excusas a sus amigos de otras nacionalidades que ven como varias veces al día los venezolanos actualizan información sobre la represión salvaje llevada a cabo por cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en connivencia y coordinación descarada con bandas de paramilitares motorizados con licencia para intimidar, agredir y matar opositores a lo largo y ancho del territorio nacional.

Nuestros emigrantes han hecho las veces de piedras para la honda de David contra Goliat, dañando seriamente el disfraz de democracia con el que alguna vez se vistió el régimen chavista en el exterior y llamando la atención sobre los evidentes atropellos a los Derechos Humanos que estamos padeciendo ante el colapso del modelo económico de la Revolución Bolivariana.

Hermanos y hermanas, ustedes forman parte de este ejército de hormigas que atacan a ese elefante insolente que por gordo y pesado es muy difícil derrotar. La lucha ha sido muy larga y tortuosa y puede que no se acabe nunca, pero en estos momentos en los que la Venezuela democrática sufre una dolorosa soledad en el concierto de las naciones, ustedes nos hacen sentir menos solos y eso es más de lo que creen que es, porque representa un sentimiento de solidaridad militante, intenso y verdadero, uno diáfano y amoroso como la sociedad que deseamos llegar a ser más temprano que tarde.


@LuisDeSanMartin

Wednesday, April 10, 2013

Días de esperanza y furia

El esfuerzo físico y emocional de Henrique Capriles en la campaña ha sido sorprendente

Venezuela a pocos días del 14 de abril es una sociedad exaltada, de emociones extremas, desbordada por sus pasiones políticas una vez más ante la inminencia de otro evento electoral en el que se juega la continuidad de un régimen sectario, violento, corrupto y autoritario o la llegada de un gobierno dispuesto al rescate de la civilidad perdida, comprometido con la vigencia del Estado de Derecho y empecinado en comenzar el indispensable proceso de sanación de esa profunda herida en el alma de la nación que dejó la siembra sistemática del odio de clases como “motor de la historia”. La ansiedad se dispara y con ella los problemas para conciliar el sueño. Las noches se hacen largas y las angustias vitales comparten pensamientos con una esperanza tan tozuda como descarada. La servidumbre y la libertad van a segunda vuelta.

La gesta de los demócratas venezolanos encabezados por Henrique Capriles tiene tintes épicos evidentes dada la condición inédita de una campaña electoral muy breve y condicionada, otra vez, por los abusos de un Estado forajido y avasallante que hace del Goliat bíblico un enclenque mercenario. Todas las instituciones, en especial el Consejo Nacional Electora (CNE) y la Fuerza Armada, además del dinero de esta petrocracia caribeña, al servicio de la elección del sucesor que escogió el fallecido autócrata por recomendación de los hermanos Castro; un disciplinado y fiel funcionario adoctrinado en Cuba, que saltó del sindicalismo parasitario a puestos relevantes en tiempos del socialismo del siglo XXI: Nicolás Maduro o como diría Montaner “el hombre que habla con los pájaros”.

Es sabido que la percepción del tiempo es relativa, que cuando la pasas bien es fugaz y cuando no parece eterno. Estos 14 años de revolución los hemos sentido equivalentes a varias generaciones de trágicos errores e insólitos retrocesos. El chavismo se ha convertido en una potente droga para mucha gente que parece adicta al subdesarrollo, dispuestos a defender que la democracia sólo se respeta cuando ellos ganan y que la minoría debe ser aislada hasta denigrar de su condición de ciudadanos. El apoyo popular a las arbitrariedades del régimen no le dan legitimidad alguna a sus abusos, la justicia no admite semejante indecencia.

Los chavistas no se cansan de dar muestras de su fobia al pluralismo natural de toda sociedad democrática y reivindican exclusivamente los antagonismos: vencedores o vencidos, revolucionarios o contrarrevolucionarios, pobres o ricos, sin matices ni excepciones, porque la naturaleza de su ideología es contraria a las libertades individuales, a la tolerancia, a la gestión creativa y productiva de las diferencias. A su “paraíso igualitario” se llega por las buenas o por las malas, persuadidos o empujados. Cualquier acto de discrepancia es traición. Exigen obediencia y disciplina como salvoconducto a la “máxima felicidad posible” o de lo contrario debemos atenernos a su barbarie “humanista”. Simplemente, nos venden un boleto de ida sin retorno al infierno de la servidumbre al Estado y la unanimidad en el error.

La violencia oficialista impune amenaza con empañar la jornada comicial
Con el paso de las horas los tonos de voz aumentan hasta transformarse en gritos. Los comicios en la Venezuela revolucionaria se han convertido en un juego de suma cero en el que los vencedores se encargan de hacerle la vida más difícil a los vencidos, arrebatándoles derechos y constriñendo sus libertades. El espectro de la violencia generalizada va adquiriendo forma en el imaginario colectivo y las profecías apocalípticas hacen de nuevo su intimidante aparición en escena. Comienza entonces la furia revolucionaria ante la incertidumbre de un cambio que acabaría con el reino de la impunidad roja en el que han prosperado truhanes de todos los pelajes, mientras la sociedad democrática se dispone a utilizar una furia diferente, esa que nace de la ansias de libertad y que se nutre del hartazgo ante los chantajes y atropellos permanentes sufridos todos estos años de socialismo malandro. La mesa está servida.

El próximo domingo será largo, tenso y turbulento. La supervivencia de la libertad y la democracia no admite más errores.


Friday, March 08, 2013

“El héroe de los pobres” al desnudo

El Culto a la personalidad ha llegado a cotas nocivas y peligrosas

Luego del anuncio de la muerte del caudillo militar, Hugo Chávez, se ha desatado una ola de exageradas alabanzas coherentes con la imagen que siempre tuvo de sí mismo el personaje. Fueron 14 años al frente de la jefatura del Estado apoyado en la más larga etapa de bonanza petrolera que haya conocido Venezuela en su historia, recursos que le permitieron consolidar un sistema autocrático socialista con legitimidad electoral, en lo interno, y una red de acólitos agradecidos, subvencionados y con poder en Centro, Suramérica y el Caribe, en lo externo; además de una política internacional de alianzas marcadas por un patológico y muy sui géneris sentimiento antiestadunidense (principal financista de la revolución debido a la condición de cliente preferente del crudo venezolano). Todo bajo la orientación política y espiritual de la decrépita dictadura comunista cubana de los hermanos Castro.

Los 1.3 billones de dólares (recursos petroleros + no petroleros período 99-2012) con los que contó la revolución bajo sus órdenes le hicieron ganar una fama de “generoso y desprendido” tanto dentro como fuera del país, (condición nada meritoria si tomamos en cuenta que esos recursos no le pertenecían) cuando en realidad no era más que otro populista manirroto e irresponsable, que paralelamente, inició una insólita política de endeudamiento público que hizo saltar la totalidad de la deuda externa venezolana de 28.455 millones de dólares en 1999 a 105.779 millones de dólares en 2012, un incremento de 77.324 millones de dólares o 271.7%. Eso sin contar con que el “héroe de los pobres” deja una inflación acumulada de 1555,6% en 14 años, gracias a una expansión del gasto público espectacular combinada con una política de destrucción del aparato productivo privado venezolano, por razones estrictamente ideológicas de control político de la sociedad.  Bonanza, endeudamiento, devaluación y subsidios fueron los pilares económicos del éxito del autócrata. Desinversión, improductividad, inflación, escasez y fuga de capitales financieros y humanos el legado que deja a los que le sobrevivimos.

Este “héroe de los pobres” utilizó esa oportunidad económica sin precedentes de Venezuela para inflar su ego e intentar llevar a cabo un sucedáneo de la extinta URSS: una obsesión megalómana propia de la tradición más delirante del caudillismo latinoamericano. La estructura estatal-clientelar (misiones sociales) que estableció en Venezuela para atenuar, mas no solucionar, la pobreza mayoritaria y endémica de la sociedad venezolana, producto del fracaso de los anteriores experimentos estatal-mercantilistas, le permitió solidificar un apoyo popular que aseguró con elecciones desequilibradas, opacas y abusivas gracias al control total de las instituciones del Estado y al acceso ilimitado a los petrodólares de la nación sin ninguna rendición de cuentas efectiva.

Envilece y vencerás

Bajo el mandato de este “héroe de los pobres” se desató el tsunami de corrupción administrativa más descarado y vergonzoso que hayamos padecido. La que era una de las naciones más corruptas del hemisferio antes de la llegada del autócrata al poder, rompió sus propios record gracias a una mayor politización del sistema judicial y a la destrucción alevosa de los mecanismo de contraloría institucionales, ubicándonos en el ignominioso club de los países más corruptos del mundo. Este proceso acelerado de envilecimiento colectivo fue la más retorcida política de redistribución de la riqueza de la revolución bolivariana, propiciando la creación de una nueva clase “boligárquica” compuesta por camaradas, amigos y familiares que disfrutan de los trozos más grandes del pastel del gasto público, mientras la cultura de la corrupción se extendió a lo largo y ancho de la sociedad venezolana. El país se transformó en un suculento botín.

En este sentido, el “héroe de los pobres” explotó el poder político de las bajas pasiones y convirtió prejuicios, atavismos, resentimientos, envidias y venganzas en insumos predilectos de un discurso político divisionista y brutal que cavó una profunda zanja entre los venezolanos, dejando una estela de odio que no  para de dar sus envenenados frutos en forma de violencia social y criminalidad desbordada.

Ataques espontáneos o inducidos de chavistas enardecidos 


Este “héroe de los pobres” decidió excluir (en nombre de “la inclusión y la justicia social”) a esa mitad de la población que se le resistió: segregando, intimidando y persiguiendo a quienes se negaron al sometimiento doctrinario como fórmula de paz. Este sectarismo violento es un elemento central del legado político que deja a sus herederos como factor indispensable para mantenerse el poder.

Liberticida perseverante

Conforme a las peculiares combinaciones ideológicas de que hacía gala el autócrata, todas ideas radicalmente colectivistas, antiliberales, autoritarias y utópicas, condicionadas por un voluntarismo a prueba de realidades y una demagogia sistémica, pudo con su carisma personal erigir una cosmovisión filototalitaria que mezcló supersticiones populares, bolivarianismo, cristianismo y nacionalismo con marxismo científico, un revoltijo ante el cual no quedarían indemnes las libertades individuales.

Contra las libertades económicas, intervencionismo expropiatorio estatal, controles e infamias. Contra la libertad de movimiento, negligencia e impunidad ante el auge de la violencia criminal en las calles de Venezuela. Contra la libertad de pensamiento, adoctrinamiento masivo y culto a la personalidad mediante la “hegemonía comunicacional”. Contra la libertad de expresión, violencia física e institucional, una política de acoso permanente a periodistas y medios no afines hasta instaurar la autocensura como método de supervivencia ante el chantaje multidimensional del régimen. Contra la disidencia, politización total de la justicia, presos políticos y exiliados. Otra vez las libertades sacrificadas en el altar de un “líder iluminado”.

Si los medios internacionales se conforman con la corrección política ante el fallecimiento del personaje para echar mano de estereotipos simplistas, impresionados ante las muestras de fervor popular en los funerales del autócrata, típicas de regímenes antidemocráticos, no están cumpliendo cabalmente con el deber de buscar la verdad que se esconde bajos las proclamas, los discursos y toda esa parafernalia pomposa que caracteriza a un régimen que se sostiene sobre la ruina material y moral de unos ciudadanos condenados a ser súbditos de la mentira.

Saturday, March 17, 2012

La moderación no es autocensura



Desde que el discurso moderado de Enrique Capriles Radonski recibiera el rotundo espaldarazo del electorado opositor en las elecciones primarias del pasado 12 de febrero (más del 60% de los votos), se ha venido extendiendo la peculiar idea de que “edulcorar” la crítica es un imperativo político estratégico de primer orden para evitar “la polarización que tantas ventajas ha generado al autócrata”. Una postura que dice apoyarse no sólo en la experiencia y en los resultados antes mencionados, sino también en numerosos estudios cualitativos y cuantitativos de opinión pública que señalan que sin la mayoría de los famosos ninis (no alineados) y un buen número de chavistas arrepentidos será muy complicado generar las condiciones para el cambio que reclama Venezuela. Parece que los tonos altos dañan exclusivamente a los demócratas.

Estando de acuerdo con algunos aspectos del análisis formal de la situación y siendo yo parte de ese 5% de opositores “radicales” que quería una ruptura más profunda con el régimen instaurado hace ya trece largos años (vistos los calamitosos resultados de tan estrambótico experimento), no puedo más que llamar la atención de los riesgos que entraña llevar esa estrategia de “moderación” a límites absurdos, pues si tácticamente decimos que “no todo es tan malo como se ve y que los problemas estructurales de Venezuela pueden ser resueltos sólo con buena voluntad” podríamos estar fortaleciendo involuntariamente la idea de dar otra oportunidad a ese “malo conocido preñado de buenas intenciones pero rodeado de gente mala”.

Entiendo que Capriles y sus asesores asumieran esa máxima de la propaganda masiva que reza que de lo que se trata es de vender una idea a mucha gente, limitando el discurso a cuatro palabras claves (progreso, hay un camino, reconciliación y paz) y un puñado de frases, pensando especialmente en la compresión de los menos atentos del público meta. Sin embargo, eso de suavizar la crítica ante una realidad de por sí dramática podría coincidir peligrosamente con esa consecuente estrategia oficialista, de más largo aliento y poder de fuego comunicacional, que consiste en construir una realidad idílica que se apoya en el sistema de medios públicos y comunitarios, el artículo 10 de la Ley Resorte (propaganda obligatoria y gratuita)  y las discrecionales cadenas de radio y televisión.

Un discurso fuerte, que no agresivo, es esencial para contrarrestar la política de intimidación y violencia que parece haber asumido el chavismo con el propósito de ahogar los afanes de cambio mediante el chantaje de la ingobernabilidad y la anarquía políticamente motivada ante una probable derrota electoral de Chávez. La unidad demostrada en las primarias no es suficiente, hay que mostrar coraje crítico y en la política la pasión por la verdad conmueve, moviliza y persuade. No creo en la autocensura buena.

Sunday, November 27, 2011

Mi generación: de la decadencia al despegue


Siempre he vivido en un país en caída libre. Para aquellos que nacimos en la década de los 70, en pleno apogeo de la “Venezuela saudita” con Carlos Andrés Pérez en su primera presidencia (1974-78), nuestra evolución vital se dio en paralelo con la traumática irrupción de la inflación en la vida de la nación con la consiguiente pérdida del poder adquisitivo del Bolívar, la crisis de la deuda y las fluctuaciones de los precios del petróleo, con sus ciclos de expansión y recesión económica, además del incremento progresivo de la violencia criminal. Paradójicamente, somos hijos y nietos de las generaciones que disfrutaron de la etapa de mayor progreso social, crecimiento económico y optimismo de nuestra historia.

Los cuentos de aquellos años locos nos parecen crónicas fantásticas, fábulas de tiempos en los que entrar en la universidad era un simple trámite administrativo, al igual que escoger carrera; cuando los que organizaron guerrillas fueron perdonados, los adversarios políticos se toleraban y los homicidios vinculados a la inseguridad eran episodios poco frecuentes. Todo parecía posible: seguíamos recibiendo oleadas de inmigrantes de Europa y del resto de Latinoamérica atraídos por el prodigio de un país con cuatro décadas de crecimiento y modernización sostenida (1940-70), aunque algunos también llegaban huyendo de terribles dictaduras militares en sus países de origen. Estábamos en la antesala del primer mundo. Pobres ilusos.

Cuando nos detenemos en la década en que nací y sus peculiaridades, las pruebas del despilfarro y los excesos de todo tipo saltan a la vista, precisamente en momentos en los que el mundo desarrollado vivía convulsiones geopolíticas y estancamiento económico, nosotros importábamos güisqui y motorhomes. Es como haber nacido en una época que marcó un antes y un después en nuestra historia contemporánea. Para la generación a la que pertenezco la palabra crisis se nos hizo tan familiar que la asumimos como la letra machacona de la banda sonora de la decadencia venezolana de la que hoy escuchamos sus coros más tristes.

Aquel país dejó una impronta profunda en la memoria de los venezolanos que desde entonces vivimos la resaca de la cultura del derroche, la evasión y la irresponsabilidad de quienes se declararon “ricos” a pesar de las evidencias. Los espejismos de la abundancia ocultaron por algún tiempo la rémora de una deficiente cultura del trabajo auspiciada por un Estado grande, torpe y populista, empeñado en infantilizar a la población para dominarla. Era el auge del socialismo “chévere” de los que “robaban y dejaban robar”, que antecedieron a los rumiantes totalitarios que desde “la izquierda de la izquierda” se prepararon para capitalizar los fracasos de sus hermanos mayores, repitiendo exactamente los mismos errores pero con actos de intolerancia, dogmatismo y crueldad nunca antes vistos en democracia.


La unidad opositora pasará de ser una alianza electoral a una verdadera concertación 
Los que rondamos los 40 años de edad hemos pasado tres cuartas partes de nuestras vidas padeciendo el declive sostenido del país, ni hablar de los que hoy tienen 30, 20 o menos años.  La mayoría de la población venezolana es menor de 40 años y corremos el riesgo de que la experiencia vivida acabe por condenarnos a tener menos oportunidades y expectativas de progreso que las generaciones anteriores. Es momento de convencernos de que la única manera de tener resultados distintos es pensando y actuando de forma distinta y en el 2012 tenemos la última oportunidad de rectificar. No la dejemos pasar de nuevo, ya es tiempo de despegar.

Sunday, November 13, 2011

María Corina Machado: por todos y contra todos



Desde que apareció en la escena política venezolana una oferta electoral que se atreve a reivindicar al capitalismo para contrastarlo con el socialismo caudillista gobernante y la sempiterna socialdemocracia algo parece moverse en el escenario del debate ideológico nacional. María Corina Machado, diputada independiente en la Asamblea Nacional, ha logrado catalizar un debate que parecía muerto, precisamente por la postura dominante en la oposición democrática antichavista: un conglomerado de partidos mayoritariamente formados en torno al llamado socialismo democrático, algunos de los cuales hasta anteayer apoyaban a la revolución bolivariana en sus afanes hegemónicos.

Tan hecha está la dominación ideológica socialista en Venezuela que Hugo Chávez regularmente llamaba al debate a una fantasmal “derecha pro-capitalista” como un ejercicio de boxeo con su sombra que le ayudaba a darse ánimos y a subir la moral de sus conmilitones ante los desastres que no ha dejado de causar desde que está en la presidencia. Incluso Primero Justicia, formación política con excelentes relaciones con el PP español, se llegó a declarar por boca de su coordinador general, Julio Borges, como de centro-izquierda. Partido que cuenta entre sus filas con el candidato que hoy  domina  las encuestas de las primarias opositoras del próximo año (12 de febrero), el gobernador del estado Miranda,  Henríque Capriles Radonski .

Que en uno de los países con más socialismos por metro cuadrado, una inteligente y joven mujer se atreviera a utilizar como propuesta el concepto más denostado por la propaganda socialista dentro y fuera del país, a contracorriente del discurso políticamente correcto dominante, es un acto de coraje y arrojo que marcará un punto de inflexión en el país, gane o pierda los comicios para la escogencia del candidato único que enfrentará al caudillo socialista el 7 de octubre del 2012. Lástima que no se ha atrevido completamente con el término liberal que, aun cuando se desprende de sus declaraciones, le daría el significado completo a su filosofía de acción política, aunque también sirviría para la pertinaz propaganda negra comunista y su fetiche “neoliberal”.

Otro de los daños que nos ha infringido el chavismo en estos años es habernos enseñado a subestimarnos como sociedad, obligándonos a pensar que el populismo estatista es la única opción política viable en un país con unos alarmantes niveles de pobreza, como si para levantar a un enfermo deberíamos darle dosis menores del veneno que lo postró en la cama. La “izquierda” en Venezuela lo es todo: gobierno y oposición y las iniciativas de María Corina han generado una mezcla de desprecio, burla e indiferencia en el estatus quo de la clase política criolla que, por cierto, contrasta con la reacción de los más heterogéneos sectores de la sociedad que parecen estar comenzando a pensar que si después de décadas de socialismo de todos los tenores el país está como está, ya es tiempo de explorar opciones diametralmente distintas.

La tarea es colosal porque es cierto que la cultura política de un país no se cambia de la noche a la mañana, pero el influjo de una líder carismática, corajuda y hermosa no ha hecho más que despertar de su letargo a ese sentimiento libertario que anida en el corazón de los venezolanos y que estaba anestesiado por el omnipresente dogma socialista y su pretendido monopolio de la solidaridad, un sectarismo alimentado por fobias y bajos instintos que mantienen represada la fuerza creativa de la sociedad venezolana para andar el camino del progreso y la prosperidad de una vez por todas.

Delincuencia política común

El último episodio de este complicado proceso de renovación nacional que se ha abierto con las primarias opositoras y que demuestra los peligros que acechan a la sociedad democrática, es el que le ocurrió a María Corina Machado ayer sábado en la parroquia 23 de enero en Caracas, zona popular caraqueña cercana al palacio de Miraflores donde hacen vida abiertamente los “colectivos” revolucionarios pro-oficialistas más virulentos, apoyados con armas y recursos por el Estado venezolano y que se han convertido en una fuerza paramilitar de choque que mantiene secuestradas algunas zonas populares en las que se intenta impedir la legítima acción política opositora. Estos “guardianes de Chávez” son la versión venezolana de los “Tonton Macoutehaitianos del dictador François Duvalier (Papa Doc) pero con niveles de adoctrinamiento similares a los de Hamás o Hezbolá, grupos que juegan con la frontera que separa a la delincuencia común de la política y que al ver a la candidata haciendo campaña en su zona decidieron utilizar las balas como su único y predilecto argumento revolucionario.



Obviamente, si la hubieran querido matar lo podían haber hecho, pero lo que realmente buscaban era reenviar ese mensaje intimidatorio a la sociedad democrática que se sintetiza perfectamente en la frase popularizada por la desaparecida líder del radicalismo chavista, Lina Ron: “con Chávez todo, sin Chávez plomo”, así de simple.

A los socialistas de allá y de aquí

Lo llamativo de eventos como el sucedido en el 23 de enero no es tanto la nueva evidencia de la catadura moral de quienes hoy gobiernan, como la actuación de algunos que aspiran a sucederlos en la oposición. Las infamias que lanza el chavismo al calificar lo sucedido como un “autoatentado” con fines propagandísticos ha encontrado eco en esos sectores de la alianza opositora tan antichavistas como antiliberales, que se han encargado de calificar a la candidata de “sifrina” (pija), “hijita de papá”, “burguesita”, aduciendo que su opción no “huele a pueblo” porque no representa el paradigma del candidato ideal: hombre, joven, de izquierdas (filosocialista) y apoyado por partidos consolidados. Al momento de escribir esto sólo Leopoldo López, candidato a las primarias por Proyecto Venezuela y Voluntad Popular, se había solidarizado con Marìa Corina.

Para superar el populismo socialista primero tenemos que derrotar sus trampas retóricas y sus prejuicios clasistas, raciales y discursivos. María Corina no sólo se enfrenta contra un régimen delincuencial, lo hace también contra el inmovilismo ideológico de quienes en el bando democrático ven a la política como el arte de nadar siempre a favor de la corriente, por lo que la lucha por todos también es contra todos y aunque este esfuerzo no logre sus objetivos inmediatos, ya esta valerosa mujer nos está ayudando a cambiar de rumbo.