La angustia de los familiares ante la incertidumbre de la muerte |
La masacre de la cárcel de El Rodeo, que se ha saldado con decenas de muertos y heridos, es el recordatorio de que o entendemos que los derechos humanos que nos protegen a nosotros son los mismos que deberían ser respetados a la población reclusa, salvo el de la libertad en el caso de los condenados o procesados muy peligrosos, o estaremos sentenciados a repetir cada cierto tiempo esta dinámica perversa de odio y violencia criminal.
Si existen lugares que ilustran mejor que ninguno el desbarajuste nacional, esos son los penales venezolanos. Desde hace décadas el Estado ha sido incapaz de cumplir con los preceptos constitucionales que rigen el sistema penitenciario nacional por la misma mezcla de desidia, insensibilidad, mediocridad y corrupción, que ha convertido a nuestro país en objeto de estudio psiquiátrico por su imparable carrera hacia el fracaso continuado.
La violencia criminal en Venezuela ha dejado en esta última década decenas de miles de víctimas ante el estupor paralizante de todos, actuando con especial saña en las barriadas pobres de las grandes ciudades y llevándose consigo a jóvenes en edad productiva que están dejando una herida que no para de sangrar. La impunidad en delitos de homicidios llega al sorprendente 97% de los casos, de este dato se infiere tanto que la vida perdió todo su valor como que hay muchos asesinos acechando a los ciudadanos de bien.
Aquellos pocos criminales que han sido detenidos y sometidos a la justicia están en uno de los sistemas penitenciarios más salvajes, corruptos e inhumanos del mundo, sistema que parece haber sido diseñado por el mismísimo Lucifer, donde la insalubridad, el hacinamiento, la violencia en todas sus formas y el abuso de poder se encargan de inyectar dosis de odio cotidiano a los internos, que lejos de rehabilitarlos los transforman en seres despiadados y primitivos que multiplican por mil los peligros que la sociedad enfrenta cuando logran salir vivos de allí.
Muestra del brutal hacinamiento que padecen los reclusos |
Estos “doctorados en maldad” se ven igualmente promovidos por un sistema judicial putrefacto, lento y vilmente corrupto que condena de hecho a personas a las que no se les ha probado su delito, es decir, constitucionalmente inocentes. La sola existencia de personas no condenadas nos debe indignar a todos porque a la infame presencia de presos políticos debemos añadir también la reclusión de aquellos que por falta de recursos, mala suerte y casualidad del destino se ven privados de su libertad como víctimas de las perversidades del sistema, o lo que lo mismo: presos de la política de indolencia estatal.
La inanidad de las autoridades ante este drama ha hecho que los penales sean dirigidos por los propios internos apoyados por una camarilla de funcionarios inescrupulosos que llegan a manejar sumas de dinero inimaginablemente altas. Los “pranes”, por ejemplo, son aquellos personajes que se convierten en jefes indiscutidos a través de la violencia, el dinero y la intimidación y que manejan los negocios de sus subalternos internos y externos, es decir, su ejército personal de protección que le permite ejercer su poder arbitrario sobre los presos y los miembros de su banda que continúan en libertad, respectivamente. Buena parte de los secuestros, extorciones y muertes por encargo que aterrorizan a nuestra sociedad son gestionados desde las distintas cárceles del país, según información aportada por los cuerpos de investigación criminalística.
Otra de las villanías retorcidas que se dan en los penales es la presencia de internos a los que les denominan “brujas”, hombres que por temor son sometidos a las más humillantes labores diarias que van desde la limpieza de letrinas, la elaboración de comida hasta el deber de satisfacer el apetito sexual de su “padrino”: aquel que se encarga de protegerlo de los demás como si se tratara de su “señora”. En muchas ocasiones los conflictos internos de toda índole se resuelven en los sangrientos “coliseos”, torneos en los que los contrincantes pelean a cuchillo para “matar una culebra” (solucionar un problema) rodeados de los demás presos que chillan y animan como en el antiguo circo romano.
Sin duda alguna que en el caso del sistema penitenciario venezolano cabe la manida frase: “no son todos los que están, ni están todos los que son”, por lo que la indiferencia del gobierno y la sociedad para solucionar los distintos aspectos que propician un drama que, además de avergonzarnos, debería motivarnos a exigir soluciones viables a corto, mediano y largo plazo, nos confirma lo enfermos que estamos como sociedad. Las mafias de reclusos existen sólo porque una mafia mayor de funcionarios y custodios se lucra obscenamente con todas sus actividades, esta es la prueba de que la corrupción también mata.
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