La propaganda del socialismo del s. XX sentó las bases para la consolidación del chavismo |
Si el socialismo real hubiera logrado la mitad de los éxitos que alcanzó su aparato propagandístico en la “batalla de ideas” del siglo pasado, hoy todos marcharíamos a paso de ganso, agradeciendo al “querido líder” o “padrecito de los pueblos” de turno nuestras miserables existencias. Se habría cumplido sin problemas la pesadilla orweliana de control total del Estado sobre los individuos. Afortunadamente, la economía es una ciencia y la inviabilidad del modelo terminó por condenarlo en buena parte del mundo
No obstante, Venezuela es un caso llamativo para observar y aprender de lo que le pasa a una sociedad en la que triunfan las ideas equivocadas. El sueño gramsciano de control de la superestructura (cultura, la educación, los valores, etc) como antecedente a la toma del poder político, mediante la acción militante y persuasiva de los intelectuales “comprometidos” con la revolución, se materializó mucho antes de la definitiva ascensión al poder de Hugo Chávez en 1999 y sin necesidad del uso de la violencia generalizada. Las universidades y los medios de comunicación fueron esenciales para convencernos del “bello” significado de la palabra socialismo, creando la hegemonía ideológica de la que se nutrió nuestro caudillo televisivo. Durante cuatro décadas, como mínimo, las aulas de las principales casas de estudios superiores sirvieron como fábricas de marxistas profesionales: técnicos, científicos y humanistas proclives a esta doctrina “salvadora” que, naturalmente, coparon los medios para divulgar la “buena nueva” de la redención definitiva de los pobres.
Mural revolucionario en una de las entradas de la UCV |
Sabemos que esta situación no se dio exclusivamente en la academia y en los medios venezolanos ya que, con sus matices, este fenómeno también sucedió en muchos otros países, al fin y al cabo era una política global diseñada por el imperio soviético. La diferencia radicaba en el hecho de que Venezuela también cumplía con los requisitos estructurales de su economía: era un país organizado en torno al rentismo petrolero (mono-productor, mono-exportador y últimamente hasta mono-temático). El consenso forjado alrededor de la socialdemocracia fue tan amplio que se podría afirmar que fuimos, en tiempos de la guerra fría, una de las naciones económicamente más estatizadas fuera de la órbita soviética. Las diferencias en nuestra clase política dominante (AD-COPEI-MAS) se reducían al hábito de ir o no a misa.
Tener a una sociedad subvencionada era una forma de mantenernos en una especie de adolescencia prolongada e irresponsable, privilegiando el consumo por sobre la producción, el derroche por sobre la austeridad, el oportunismo por sobre el mérito y la corrupción por sobre el trabajo. Este envenenamiento se encubrió tras el lenguaje de lo políticamente correcto, que es donde el socialismo ha cosechado sus mejores frutos, transformando la holgazanería en “afán de justicia social”, el clientelismo en “acción solidaria”, el despilfarro en “subsidio”, la pobreza en “popular” y el robo en “expropiación”.
El término “derecha”, por tanto, es otro que evidencia el triunfo de la propaganda socialista, al igual que el de “progresista”. El primero es la quintaescencia de lo humanamente condenable puesto que engloba a todos aquellos que dudan de la “superioridad moral” de la izquierda y, el segundo, es un ejercicio de alquimia lingüística sorprendente viniendo de personas que desprecian las libertades individuales y avalan experimentos totalitarios como los de la Cuba castrista, ejemplo de estancamiento y atraso.
Tan “de izquierda” es Venezuela que la gran mayoría de quienes se oponen al caudillo rojo, comparten muchos de sus prejuicios ideológicos contra esa economía de mercado que no se atreven a defender no vaya a ser que los etiqueten de “capitalistas”. “Chávez no es de izquierda”, “esto no es una revolución”, “Chávez es realmente de derecha”, “esto no es socialismo”, “yo soy de izquierda y Chávez no me gusta”, “esto es sólo el militarismo de siempre”, “Chávez es fascista”, etc, etc. Frases que se repiten sin cesar por gente que parece más preocupada por el prestigio de la izquierda y el mantenimiento del buen nombre del socialismo que por hacer evolucionar sus ideas, vistas ya las consecuencias desastrosas de su influjo sobre la vida y el destino de nuestra sociedad.
Los estudiantes parecen dispuestos a cambiar de paradigma |
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